miércoles, 25 de abril de 2012


Dios, creador del cielo y de la tierra, Padre de Jesús y Padre nuestro

Bendito seas Señor, Padre que estás en el Cielo, porque en tu infinita Misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y nos has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro salvador y amigo, hermano y Redentor. Gracias, Padre bueno, por el don de este año; haz que sea un tiempo favorable, el año del gran retorno a la casa paterna, donde Tú, lleno de Amor, esperas a tus hijos descarriados para darles el abrazo del perdón y sentarlos a tu mesa, vestidos con el traje de fiesta.

¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre Clemente, que en este año se fortalezca nuestro amor a Ti y al prójimo: que los discípulos de Cristo promuevan la justicia y la paz; se anuncie a los pobres la Buena Nueva y que la Madre Iglesia haga sentir su amor de predilección a los pequeños y marginados.

¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre Justo, que este año sea una ocasión propicia para que todos los católicos descubran el gozo de vivir en la escucha de tu Palabra, abandonándose a tu Voluntad; que experimenten el valor de la comunión fraterna partiendo juntos el pan y alabándote con himnos y cánticos espirituales.

¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre Misericordioso, que este año sea un tiempo de apertura, de diálogo y de encuentro con todos los que creen en Cristo y con los miembros de otras religiones: en tu inmenso Amor, muestra generosamente tu Misericordia con todos.

¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre Omnipotente, haz que todos tus hijos sientan que en su caminar hacia Ti, meta última del hombre, los acompaña bondadosamente la Virgen María, icono del Amor puro, elegida por Ti para ser Madre de Cristo y de la Iglesia.

¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

A Ti, Padre de la vida, Principio sin principio, suma Bondad y eterna Luz, con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y gratitud por los siglos sin fin. Amén.

Juan Pablo II
Oración para la celebración del Gran Jubileo del año 2000
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domingo, 22 de abril de 2012

María Mediadora


Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediadora». Aunque algunos padres conciliares no compartían plenamente esa elección (cf. Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo fue incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo de enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a María.

El mismo Concilio quiso responder a las dificultades manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimiento espiritual de la humanidad.

La mediación materna de María no hace sombra a la única y perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse referido a María «mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo, se entiende de tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).

Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y su eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (ib.).

Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.

¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).

María realiza su acción materna en continua dependencia de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a los hombres. La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta «continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la gracia».

Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97) 
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sábado, 14 de abril de 2012

Domingo de la Misericordia Divina


En la meditación antes del rezo del Regina Coeli del Domingo 23 de abril de 1995, Juan Pablo II expresó:

«Hoy concluye la octava de Pascua, durante la cual la Iglesia repite con júbilo las palabras del salmo: «Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118, 24). Toda la octava es como un único día, el día nuevo, el día de la nueva creación. Venciendo la muerte Cristo creó un mundo nuevo (cf. Ap 21, 5). De la Pascua brotan para los creyentes novedad de vida, paz y alegría.

Sin embargo, la paz y la alegría de la Pascua no son sólo para la Iglesia: son para el mundo entero. La alegría es la victoria sobre el miedo, sobre la violencia y sobre la muerte. La paz es lo contrario de la angustia. Saludando a los Apóstoles atemorizados y desalentados por su pasión y muerte, el Resucitado les dice: «La paz con vosotros» (Jn 20, 19). Cuando Cristo se aparece a san Juan en la isla de Patmos, le dirige esta invitación: «No temas, soy Yo, el Primero y el Último, el que Vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno» (Ap 1, 17-18).

La Pascua vence el miedo del hombre, porque da la única respuesta verdadera a uno de sus problemas mayores: la muerte. La Iglesia, anunciando la Resurrección de Jesús, quiere transmitir a la humanidad la fe en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. El anuncio cristiano es esencialmente evangelio de la vida.

«Dad gracias al Señor porque es bueno» (Sal 118, 1). Este domingo es, de modo particular, un día de acción de gracias por la bondad que Dios muestra al hombre en todo el misterio pascual. Por eso se le llama  Domingo de la Misericordia Divina. En su esencia, la Misericordia de Dios, como ayuda a comprender mejor la experiencia mística de Faustina Kowalska, revela precisamente esta verdad: el bien vence al mal, la vida es más fuerte que la muerte y el Amor de Dios es más poderoso que el pecado. Todo esto se manifiesta en el misterio pascual de Cristo. Aquí Dios se muestra como es: un Padre de infinita ternura, que no se rinde frente a la ingratitud de sus hijos, y que siempre está dispuesto a perdonar.

Debemos experimentar personalmente esta Misericordia, si queremos ser también nosotros misericordiosos. ¡Aprendamos a perdonar! Sólo el milagro del perdón puede interrumpir la espiral del odio y de la violencia, que ensangrienta el camino de tantas personas y de tantas naciones.

Que María obtenga a toda la humanidad este don de la Misericordia divina, para que los hombres y los pueblos, tan probados por enfrentamientos y guerras fratricidas, venzan el odio y adopten actitudes concretas de reconciliación y de paz"
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sábado, 7 de abril de 2012

Ha resucitado ¡Aleluya!


"Ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue colgado de la cruz" ¡Aleluya! Resuena alegre el anuncio pascual: ¡Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente! El que "padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado", Jesús, el Hijo de Dios nacido de la Virgen María, "resucitó al tercer día, según las Escrituras" (Credo).

Este anuncio es el fundamento de la esperanza de la humanidad. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, no sólo sería vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14), sino también nuestra esperanza, porque el mal y la muerte nos tendrían a todos como rehenes. Con su muerte, Jesús ha quebrantado y vencido la férrea ley de la muerte, extirpando para siempre su raíz ponzoñosa.

"¡Paz a vosotros!" (Jn 20,19.20). Éste es el primer saludo del Resucitado a sus discípulos; saludo que hoy repite al mundo entero. ¡Oh Buena Noticia tan esperada y deseada! ¡Oh anuncio consolador para quien está oprimido bajo el peso del pecado y de sus múltiples estructuras! Para todos, especialmente para los pequeños y los pobres, proclamamos hoy la esperanza de la paz, de la paz verdadera, basada en los sólidos pilares del amor y de la justicia, de la verdad y de la libertad.

"Pacem en terris....". "La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse sino se respeta fielmente el orden establecido por Dios" (Enc. Pacem in terris, Introd.). Con estas palabras comienza la histórica Encíclica, con la cual hace cuarenta años el beato Papa Juan XXIII indicó al mundo el camino de la paz. Son palabras actuales como nunca al alba del tercer milenio, tristemente oscurecido por violencias y conflictos.

Que se trunque la cadena del odio que amenaza el desarrollo ordenado de la familia humana. Que Dios nos conceda ser liberados del peligro de un dramático choque entre las culturas y las religiones. Que la fe y el amor a Dios hagan a los creyentes de cada religión valientes artífices de comprensión y perdón, pacientes constructores de un provechoso diálogo interreligioso, que inaugure un era nueva de justicia y de paz.

Como a los Apóstoles asustados en la tempestad del lago, Cristo repite a los hombres de nuestro tiempo: "¡Ánimo, soy yo, no temáis!" (Mc 6,50). Si Él está con nosotros, ¿por qué tener miedo? Aunque parezco muy oscuro el horizonte de la humanidad, hoy celebramos el triunfo esplendoroso de la alegría pascual. Si un viento contrario obstaculiza el camino de los pueblos, si se hace borrascoso el mar de la historia, ¡que nadie ceda al desaliento y a la desconfianza! Cristo ha resucitado; Cristo está vivo entre nosotros; realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, Él se ofrece como Pan de salvación, como Pan de los pobres, como Alimento de los peregrinos.

¡Oh divina presencia de amor, oh vivo memorial de Cristo nuestra Pascua, Tú eres viático para los que sufren y los que mueren, para todos eres prenda segura de vida eterna! María, primer tabernáculo de la historia, Tú, testigo silencioso de los prodigios pascuales, ayúdanos a cantar con la vida tu mismo "Magnificat" de alabanza y agradecimiento, porque hoy "ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue colgado de la cruz".

Ha resucitado Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Ha resucitado. ¡Aleluya!

Beato Juan Pablo II
Homilía 20-Abril-2003
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